Postby Arendal » Thu May 09, 2013 4:48 pm
VENENO
La sensación es realmente poderosa. Corre por sus venas, como pólvora ardiendo, e inflama su alma que parece regocijarse como si conociera su destino, cada vez más cercano. Veneno avanza por las grises calles de la metroplex Atalaya Uno, flanqueado por la cada vez más numerosa multitud que va sumándose a su paso por el distrito de los suburbios, procedente de oscuros callejones, de pasajes laterales, de sótanos olvidados.
Veneno no los ve, pero puede sentirlos tras él. Oye el acompasado sonido de sus pasos, del chocar de cientos de botas de acero contra el asfalto mojado de la metroplex, el rumor que producen sus gastadas ropas, el entrechocar de un improvisado arsenal que consiste en pesados en cuchillos, ganchos y garfios, viejas pistolas automáticas y ocasionalmente armamento militar de contrabando.
La turba avanza como un único ser. Devora, incansable, el acero y el asfalto. Fluye, imparable, entre las sombras. Bajo la atenta mirada de las enormes agujas que se alzan hacia el cielo dando cobijo a millones de almas humanas.
Veneno sonríe. La Magna Plaza queda ya a la vista, y tras ella el enorme Palacio de la Eclesiarquía y la Catedral de San Ezequiel Vengador. Las primeras gotas de lluvia caen y anuncian que la tormenta ha abandonado su breve tregua. Bajo la oscura cúpula que forman los negros nubarrones, una turba enfurecida hace su entrada en la Magna Plaza, golpeando como un martillo en el corazón de la metroplex.
JUEZ TYBOLT
Están dentro, su señoría.
“Excelente”, piensa Tybolt. Oculto bajo la protección de su casco, el Juez no puede reprimir una sonrisa. Tiene motivos para mostrarse satisfecho; El traidor se ha decidido a dar al fin el paso, mostrándose abiertamente, abandonando al fin su mugrienta madriguera y poniéndose a merced de la divina justicia del Emperador.
La escuadra de Adeptus Arbites carga la munición de sus escopetas de combate, comprueba los cierres de sus armaduras, se ajusta los siniestros cascos que son su temible y reconocible emblema. Un miembro del Adeptus Mechanicus, asignado a la Fortaleza de Distrito 14, entona las últimas letanías mientras unge con óleos sagrados el armazón blindado de un transporte modelo Repressor.
“Los herejes han decidido al fin mostrarse ante nosotros”, dice al fin el Juez Tybolt. Su voz suena firme, sin asomo de duda o piedad. “Su sóla existencia ya supone un delito y viola gravemente los preceptos de la Lex Imperia. Sus viles actos son merecedores de la muerte. Nuestra obligación como guardianes y siervos de la Ley es responder a esos actos con contundencia”.
A un gesto suyo, la escuadra se cuadra firme y de forma ordenada procede a ocupar posiciones en el transporte blindado.
“El juicio a los herejes ha tenido lugar hace tiempo. La sentencia ya ha sido dictada.
Y el castigo es la muerte”.
CUERVO
La energía fluye con una furia desatada, y a su alrededor toda la ancestral maquinaria vibra de tal modo que parece que tuercas, tornillos y palancas están a punto de saltar por los aires.
Un intenso olor a ozono inunda la sala, y descargas eléctricas de un verde fantasmal iluminan la sala de mando.
Cuervo sonríe. Sabe que el portal se está abriendo ante ellos, e imagina la orgía de sangre y destrucción que los acólitos del Caos deben estar llevando a cabo en la metroplex.
Suspendido entre los oxidados brazos de una plataforma, un enorme orbe proyecta imágenes de forma sucesiva, mostrando distintas localizaciones del planeta. La Magna Plaza es el lugar designado como zona de aterrizaje de la vieja cañonera de desembarco. La cercanía con el Palacio de la Eclesiarquía y la Catedral suponen el lugar idóneo para asestar un golpe definitivo en el corazón de la colonia imperial y reclamar el planeta para los dioses del Caos.
Durante un instante, la energía deja de fluir, y la sala de mando se sume en la más absoluta oscuridad. Sólo rota por las imágenes proyectadas sobre el orbe.
La sonrisa desaparece de los labios de Cuervo. El comandante del Caos sabe bien lo único que puede significar tan inoportuno contratiempo. Las fuerzas imperiales deben estar luchando contra los herejes liderados por Veneno, tratando de contenerlas inútilmente, retrasando únicamente el inevitable final: la llegada de las fuerzas de los Cuervos de la Tormenta y la destrucción absoluta de Atalaya Prime…
“No importa”, piensa Cuervo respirando pesadamente. “Cuanto más tarde, mayor será la violencia con la que se desatará la tormenta…”
HERMANO PETRUS
La luz roja parpadea rítmicamente en la consola de control, emitiendo un desagradable quejido que se reproduce incansable en cada servo-voxalis del Crucero de Batalla “Flamígero”.
La aparición en el sistema Atalaya de una flota del Caos ha hecho saltar las alarmas del navío al mando del Capitán Petrus. El temible oficial de los Ángeles Sangrientos no puede evitar sonreír en su fuero interno. La perspectiva de la inminente batalla le hace sentirse vivo y fuerte. Tensa los poderosos músculos bajo la sagrada servoarmadura, tratando de buscar la familiar sensación de conexión con cada una de las terminales que conectan su cuerpo con la armadura.
La confirmación de que se trata de los Cuervos de la Tempestad no tarda en producirse. Rápidamente, el Capitán da las órdenes pertinentes y sus hermanos de batalla, con precisión quirúrgica, se enfundan en sus ancestrales armaduras. Se escucha el rugido de las espadas sierra mientras los hermanos realizan las comprobaciones pertinentes, en un ritual casi litúrgico aprendido en tiempos inmemoriales.
Las cañoneras de desembarco encienden los motores, y la pequeña fuerza de asalto de Ángeles Sangrientos bajo las órdenes del Capitán Petrus, entona su letanía de combate, antes de preparase para la batalla…