Una crisis de fe atraviesa el Imperio, la anunciada venida de Sigmar no ha ocurrido y la pobreza y la herejía azotan todo territorio conocido por el hombre… En lo profundo de las Montañas del Fin del Mundo, otras preocupaciones acontecen en Karak-a-Karton, la ciudad de los 3.1416 picos, los días de gloria de la antaño fastuosa ciudad quedan ya muy lejanos, sus entrañas están infestadas de pestilentes skavens quienes combaten sin cesar contra malolientes goblin. Cerca de la superficie en unas galerías que todavía no han sido invadidas, el joven heredero de la fortaleza, Lord Bratwurst apura las últimas hojas traídas desde “La Asamblea” en su pipa de gromril mientras una jarra de cerveza descansa en una impecable mesa pulida en mármol.
"Así pues está decidido" susurra la gutural voz de Bratwurst, "espero volver pronto con riquezas, la llaman piedra bruja y se rumorea que su superficie está infestada de ella, solo algunos de las débiles razas se atreven a ir allí, y por supuesto, ningún sucio elfo".
"Bratwurst, permíteme que vuelva a reiterar que considero tu presencia aquí más necesaria que allí, en todo caso, si insistes en ir, yo quiero ir contigo" comenta el recientemente nombrado ingeniero jefe de la vecina Karaz-a-Karak, el ingeniero Brühwurst. "Esta piedra bruja nos puede ayudar a todos nosotros, así pues, todos debemos tener un ojo allí y creo que alguno de mis inventos os puede ser de utilidad allí".
Bratwurst asiente en silencio y expulsa los sobrantes del humo entre sus barbas "Por supuesto, además necesitaremos matadores de Karak-Kadrin, mi primo nos podrá proporcionar el nombre de un par de ellos, el resto los cogeré de confianza, un escuadrón de atronadores formará mi puño en Atalheim, además confío en mi hijo Dosenwurst será una buena prueba para él. Al alba partiremos, ahora bebamos sin temor amigos."