Capítulo 1: La Isla
La ciudad templo de Tlaxtlan se había convertido en un hervidero de actividad. Las avenidas parecían ríos de escamas de colores cambiantes que recorrían frenéticas sus callejones preparando la gran campaña que se avecinaba. No en vano, en los templos se decía que los propios Ancestrales habían vuelto para finalizar su gran plan, o al menos eso decía el amigo del compañero de desove de uno de los chamanes de bajo rango de la pirámide de la Luna.
La cresta de Tlax'kthó desde entonces estaba inquieta y erguida, y apenas podía contener sus cambios de color de piel para mostrar su exitación. Esa noche un regimiento de inmensos guardias del templo se había presentado en el estanque donde descansaba con sus hermanos de desove, reclamando su presencia por orden del reverenciado Adohi-Tehga, el slann regente de la ciudad y uno de los más antiguos seres del mundo. Su piel adquirió un tono blanquecino al oír la noticia, nunca había visto a un slann en persona, y se decía que su mera presencia podía convertir a un ser inferior en polvo. Encomendó sus escamas a los Ancestrales y entre los enormes y musculosos saurios se encaminó hacia la gran pirámide, mientras repasaba todo lo que pudiera haber hecho para reclamar la atención del slann.
La puerta se abrió y para bien o para mal, no había ningún slann. Un círculo de altos chamanes estaban en sus tronos moviéndo sus cabezas de forma nerviosa. Uno de ellos alzó su mano y habló.
- Los ancestrales han manifestado su voluntad, y sus eternos siervos hemos de hacerla cumplir. Nuestro gran y reverenciado amo ha hablado con Mazdamundi, y sus visiones han sido corroboradas por nuestros más expertos astromances. Un nuevo territorio emerge de las aguas en el océano, y como hicimos hace milenos, los siervos de los ancestrales debemos ir allí a controlar su ascenso y hacer cumplir el gran plan. Los grandes slann se han reunido y han elegido nuestra sagracia ciudad templo como base de la campaña, desde donde partirán nuestras legiones para asegurar la isla. - El chamán hizo una pausa, y todos los presentes fijaron sus ojos en el joven Jefe Eslizón. - El consejo ha decidido que Tlax'kthó, siervo de Queltz, seas quien encabeze la primera línea de nuestras fuerzas. Marcharás con un pequeño destacamento para asegurar el paso y examinar el terreno.- El chamán hizo un gesto con desgana y los enormes saurios sacaron al estupefacto eslizón del templo.
No podía creer lo que estaba pasando, le habían elegido a él para liderar la avanzadilla de la campaña más importante desde el colapso de los portales. Él era un simple guerrero, cierto que había conseguido mantener a raya a los incursores humanos que llegaban a las costas y encontrado una madriguera skaven que pretendía asaltar la ciudad, pero nunca pensó que recibiría tal reconocimiento.
Ese día estaba nervioso pero a la vez eufórico, mientras se dirigía a los estanques donde las huestes de eslizones se alojaban. Contempló como la selva se adentraba en los estanques, mezclándose con las impresionantes estructuras milenarias. Unas enormes torres estaban coronadas por vigas y lianas donde reposaban y revoloteaban los majestuosos terradones, mientras algunos guerreros los montaban para practicar maniobras de ataque. Unos gigantescos króxigors dormitaban plácidamente en el estanque, aunque sabía que una vez despiertos eran unas máquinas de destrucción imparables. Los eslizones correteaban por todo el recinto practicando sus habilidades y preparando el equipo para su inminente viaje.
A medio día reunió a sus tropas en el círculo de Sotek, para dar sus órdenes y encabezar la marcha. Había solicitado al consejo que pusieran a su mando a sus hermanos de desove, ya que habían recibido la bendición de Quelz y era diestros tanto con los arcos como con las armas. Esa unidad sería el núcleo de su avanzadilla, apoyada por 2 regimientos de hostigadores, experimentados en la ocultación y por último una unidad de élite de camaleones, que marcharía con él a la cabeza.
Esa tarde comenzaron su marcha a las ruinas de la ciudad perdida de Zarmuda, y los templos sumergidos de Itzabelo, desde donde surcaron las profundidades del océano hasta la perdida Isla de la Bruma.
Una oscura mañana su cabeza emergió al fin de las aguas a orillas de la costa de la nueva isla. Podía percibir un extraño poder en el ambiente, y su cresta se agitaba bajo su decorado casco. La bruma era densa, y no permitía ver más allá de unas docenas de pasos. Con un leve cambio de color de sus escamas dio la señal, y varias decenas de crestas asomaron de las aguas, avanzando hacia la orilla.
Comprobó que su equipo estaba dispuesto, y tocó con inseguridad su vial con extracto de veneno.
Volvió la vista y vió como sus tropas comenzaban a desplegarse por la playa. Pronto verían cual era el plan que los Ancestrales tenían preparado para el nuevo territorio que se abría ante sus ojos.