
Hueste de Monfort
Jehan de Monfort escudriñaba con aire pensativo las oscuras aguas que se mostraban frente al barco, surcándolas a gran velocidad. Habían tenido mucha suerte durante la travesía; el viento y el clima les habían acompañado, y sólo había tenido que flagelar a un plebeyo por contar historias absurdas sobre serpientes marinas y otros monstruos que según él, iban a engullir el barco antes de llegar a su destino. Parecía que el tiempo había volado desde que habían interceptado su hueste en el camino de vuelta de una rutinaria patrulla por las tierras de su señor. Aún resonaban en sus oídos las sucintas órdenes del mensajero del Conde:
“Deberéis dirigiros con premura con vuestra hueste al puerto de L’Anguille. Allí encontraréis un barco totalmente aparejado y preparado para zarpar. Tomadlo, y partid rumbo a Ulthuan; Ha aparecido una isla misteriosa en plena ruta hacia allí, y nuestro Rey y Señor desea reclamar para la dama las tierras y tesoros que allí se encuentren, por lo que la buscaréis y desembarcaréis allí con vuestras tropas. La vuestra es una misión de exploración; Mientras os escribo, los ejércitos de su Majestad se reúnen a toda prisa en Bordeleaux para partir en expedición y tomar la isla, pero precisaremos información sobre ella y un lugar seguro donde desembarcar cuando nuestros barcos arriven. Sed cautos, pero tratad cualquier presencia extraña a vuestra hueste como enemigos. Nada ni nadie ha de hacerse con la Isla de la Bruma salvo nuestro señor Loencoeur. Recordadlo: Por nuestro Señor, por la Dama y por el Honor de Bretonia”.
Había mucho en juego. La suerte, el destino o el favor de la Dama le había dado ocasión de mostrar sus dotes de mando, arrojo, y devoción. ¡El propio Rey había ordenado la expedición!. Era su ocasión de destacar, y quizás, conseguir el favor del soberano, o al menos, de granjearse simpatías en la corte. Por la Dama que no iba a desaprovechar esa oportunidad…
