VISITA AL MUSEO
No soy dado a escribir, mi existencia se basa más bien en la lectura y en la memoria, en mi capacidad para atesorar y usar conocimientos, en indagar sobre antiguos poderes y buscar las claves para reutilizarlos en mi provecho.
Si, esa es la vida de un inmortal, ¡Pero qué vida! Frente al resto de la humanidad, vivo como un dios, cómo un dios en la tierra… y eso tiene sus limitaciones. Limitaciones que debo solventar sin importar el modo hasta que alcance el grado final que supere la noción de vida y muerte.
Y eso es lo que los demás no entienden. Perseguido por todos, marcado como un monstruo cuando -al menos algunos lo suficientemente sabios o poderosos- deberían estar apoyando mi búsqueda de conocimiento.
Yo, Longevus, criado por un gran sabio en los límites de esta insignificante mota en el tiempo que llaman Imperio, ha tenido que ir, desde la brutal muerte de mi antiguo benefactor hace muchos años huyendo de lugar en lugar mientras seguía buscando los conocimientos para lograr mi objetivo vital… perseguido por todos, insultado… ¡pero cada día más poderoso!
Hace años que quería visitar la ciudad arrasada por el bífido cometa, pero antes quería alcanzar los conocimientos atesorados en el lejano sur, en las desérticas tierras del antiguo Nehekhara, donde la muerte era en realidad el auténtico objetivo de la vida y donde los antiguos y sabios sacerdotes descubrieron los auténticos cimientos de la existencia.
Allí conocí a Hry-Whbt, antiguo sacerdote -hoy oculto-, conocedor de los más secretos ritos de Osiris. Una decepción. El personaje carecía de ningún poder, pero si tenía conocimiento de dónde podían encontrarse los sagrados manuscritos de la vida y la muerte, la fuente primigenia de la inmortalidad, y allí fui. Encerrado en un antiguo y oscuro subterráneo en lo más profundo del gran desierto -sentí, no… más bien sufrí, la fuerza de los auténticos dioses y tras el ofertar a cambio mi vitalidad pude acceder a los antiguos textos que garantizan la inmortalidad. Pero aún no he alcanzado a descifrarlos, y la clave se encuentra en una recóndita cámara de un palacio en Mordheim (hoy convertido en biblioteca y museo), cuyo antiguo dueño viajó por las recónditas tierras de Khemri, rapiñando todo tipo de cosas.
Finalmente, ya estoy en Mordheim. La mayor parte de la ciudad es un auténtico caos en el que puedo sobrevivir con cierta seguridad… seguridad, si, pero a costa de imponer mi fuerza sobre las bandas de forajidos y salteadores que pululan por las ruinas, de superar y derrotar a aquellos que quieren la muerte de la sabiduría tachando a los sabios de brujos, y a costa de aquellos que degenerados por los poderes del caos o por los efectos de los fragmentos del meteorito también buscan -a su manera- la inmortalidad a través de sus inferiores e inestables dioses.
Junto a Hry-Whbt he empezado a levantar a mi grupo de servidores a partir de los recuerdos que el antiguo viajero trajo de su viaje al sur. Nadie podrá detenerlos porque los miembros de mi grupo -mañana ejército- nunca se retiran, nunca duermen… y no tienen compasión, además, son fácilmente reemplazables con mis conocimientos. Mennom, mi escultura animada, los grandes guardianes de tumbas Horenheb e Inhotep y el resto de servidores sólo obedecen mis órdenes, y lo harán hasta el final de los tiempos (Si hay un final).
¡¡Temblad, estúpidos e insignificantes estorbos, el auténtico poder de la existencia ha llegado!!
No sé qué querrán los demás de él, pero su fuerza y vigor serán míos. He visto por las ruinas del palacio, ocultándose de todos a un joven bien vestido y seguro valiente (nadie en su sano juicio que no sea un valiente o un suicida vagaría solo por estas dependencias) … ¡Que oportunidad!
Diario de Longevus, primera anotación de su estancia en Mordheim.