Postby Danop » Tue Oct 31, 2023 11:10 am
Ya huele a cenizas. El aroma del exilio, la desesperación y la muerte pero también de la familia, la tradición y los dioses. Varios miembros de la tribu habían empezado a desarrollar paranoias e incluso dolencias de las cuales habían sido advertidos por los ancianos desde niños: buscar la sombra de la luz artificial, escudriñar el firmamento en la cúpula metálica, tumbarse inmóviles envueltos en sus ropajes para intentar mimetizarse con el entorno, cambios innecesarios de filtros de aire o caminar con pisadas ligeras para evitar llamar la atención de depredadores.
El destino marcado lleva en dirección contraria al asentamiento de los Wenja durante esta estación, los riscos abisales. Para evitar la preocupación de sus familiares, Takkar encarga a uno de sus jinetes de polvo más veteranos el peligroso cometido de llevar las noticias y el fruto de su comercio a la tribu en solitario. Vayan donde vayan, tienen que salir de la condenada ciudad y no va a ser fácil. El camionero que les coló dentro murió hace dos ciclos por un ajuste de cuentas. Habrá que escabullirse al descubierto.
Unos gigantes apenas humanos y los esclavos del imperio apostados en sus posiciones se interponen entre los Wenja y los páramos. Varios caen heridos en el camino pero conseguirán evacuar más tarde escondidos malamente en los bajos de distintos camiones. Los gigantes entran en pánico al ver caer a algunos de sus compañeros, como lo hacen siempre los miembros de las caravanas que llevan asaltando los Wenja durante generaciones. La mayoría acaba internándose de nuevo en las tripas de la ciudad, solo consiguiendo salir uno de ellos cubierto de heridas y con la armadura reventada. Habrá que tener cuidado con ese espécimen en el futuro.
Al salir, los Wenja se alejan de las carreteras de los colmenitas para usar sus milenarias rutas, más rápidas y fuera de miradas curiosas. Hay que ir al Norte, por lo que realizan sus rezos a Tyr´ghar y cogen el camino de la rata coja.